Cuadernos de ítaca
Artículos de Opinión
sábado, 6 de marzo de 2021
The Extraordinary Tale. 2013
viernes, 15 de enero de 2021
La Princesa Prometida. Rob Reiner. 1987
Cuando Rob Reiner rodó La Princesa Prometida (The Princess
Bride. 1987), no era consciente de que acaba de pergeñar una de las obras de
culto del imaginario ochentero. William Goldman, el autor literario, disuelve
las fronteras entre realidad y ficción, practica la hibridación y nos acerca al
crossover mucho antes de la era digital. El film se ha convertido en un icono y
patrimonio del género de aventuras, basado en una frase de las que el
espectador no olvida: Hola, me llamo
Iñigo Montoya. Tú mataste a mi padre. Prepárate a morir”. Una de esas
frases que adquieren la categoría de míticas en el imaginario colectivo, e
identifican a una obra. Bajo el disfraz de una historia romántica, de la rotura
de cánones femeninos que contaminan este tipo de historias, bajo la máscara de
la ironía que manejan los diálogos, se encuentra la historia de una venganza.
Una venganza cuya única resolución lógica es un duelo.
La Princesa Prometida rompe todos los esquemas del género, ambientada en unos entrañables
efectos de cartón-piedra, con personajes de matices casi naif y concepto visual
ochentero, para abrir un nuevo sendero y sentar las bases de un novedoso tipo
de relato donde la ironía es el arma y el concepto “destroyer” de los géneros,
el soplo de aire puro. El tono metareferencial que propone el abuelo (excelente
Peter Falk) narrando a su nieto la historia que vamos a ver en pantalla,
imprime personalidad a la propuesta y es un homenaje-referente a la narrativa
oral que todos hemos recibido en la infancia.
La historia de la princesa Buttercup
es un ejercicio metalingüístico, donde el clásico relato es diseccionado por el
bisturí, despiezado y vuelto a construir con un ritmo narrativo sin tregua, con
emocionantes duelos humorísticos como el que desarrollan Westley (Cary Elwes) y
Mandy Patikin (Montoya) tan estimulante en lo dialectico como en el aspecto
táctico del combate. Curiosamente esta escena fue rodada en decorados idénticos
y simétricos. Cuando los dos contendientes se confiesan que ninguno es zurdo,
el raccord permanece sin ningún problema.
El humor usado como arma, una suerte de Monty Python para jóvenes presentando el envés del cuento de hadas clásico y la honestidad de su propuesta, la han convertido en un referente cultural ochentero que mixtura con sabiduría el drama, la comedia, la aventura y el fantástico, presentando una panoplia de personajes que podrían haber escapado de nuestro castizo Capitán Trueno. Esta inteligente parodia consigue existir en dos niveles paralelos con personajes fuera de lugar, situaciones esperpénticas que remiten a los arquetipos encarnados de las animaciones de Disney y homenajes naif al subgénero de capa y espada. De hecho, el hilo argumental que sostiene todo el pathos es el duelo final de Iñigo Montoya, verdadera catarsis para el espectador. El modo en que avanza la trama (preguntas sobre la misma, interrupciones, saltos en el tiempo) aporta eficiencia y dinamismo a un desarrollo que juega con la desmesura como estética, con personajes de un frikismo vocacional, mientras homenajea los clásicos de Douglas Fairbanks y Errol Flynn.
El equilibrio entre el plano
fantástico y la aventura tradicional y el disparate montyphitiano (o
melbrooksiano) está bien conseguido y la interrelación entre ambos es fluida. La Princesa Prometida juega con el
arquetipo del género de hadas, del fantástico y de la aventura subvirtiendo sus
valores. Reiner consigue parodiar un género al tiempo que lo celebra y
participa e él. El hilo que mueve a Montoya no es la consecución de un objetivo
noble, es la venganza. Una venganza que culminará en la mítica frase: “Hola, me llamo Iñigo Montoya. Tú mataste a
mi padre. Prepárate a morir”. Hoy convertida en un fragmento de la cultura
pop de los 80.
martes, 5 de enero de 2021
!Y tú, máaaas!
El “y tú, mas” se ha convertido en esgrima verbal para zascandiles y ajedrez intelectual de mostrencos y monaguillos. La visión de túnel a que someten los fanatismos a sus fervientes adoradores, les priva de la verdadera percepción de su entorno. Enfoques sesgados por los sectarismos, miradas castradas por la ponzoña de las ideologías. Segmentos parciales de un mundo que no llegan a comprender en su totalidad. Que no perciben en su riqueza y pluralidad. La visión de túnel, condicionada por las orejeras, obliga al oficiante a dar vueltas alrededor de la noria de su micromundo. Sin capacidad de conocer lo que hay afuera. Sin otra visión que las palabras, conceptos y mantras que le susurran en los oídos.
Abrazar cualquier dogma supone la incapacitación del propio desarrollo anímico e intelectual. Las ideologías son excluyentes en su propia naturaleza, ya que estas se basan en la certeza de sus conceptos frente al error de los otros. En la posesión de la verdad absoluta frente al ajeno yerro.
En el imaginario de las doctrinas, el individuo se convierte en un número. Un oficiante del credo, al que no se permite la discrepancia, la disidencia o el propio pensamiento.
Los niveles de ceguera llevan al adoctrinado a defender con saña (y odio), en los que considera “los suyos”, los mismos errores y acciones deleznables de los que acusa a “los otros”, convirtiendo del cinismo en un modo de vida. Mayor gravedad tienen los acólitos y monaguillos que pordiosean unas migajas en la mesa del banquete, regurgitando sandeces y mostrencadas en los mass media, para obtener la palmadita en la espalda y el beneplácito de los Sumos Sacerdotes. La tropa de danzantes alrededor del Becerro de Oro aumenta exponencialmente cuando aumentan las posibilidades de “pillar cacho” y llevárselo calentito.
Han desaparecido conceptos como la dignidad, la ética o la estética a la hora de entablar coloquios o debates. Los celebrantes suelen ser profesos (y confesos) de alguna doctrina que les impide acercarse a la realidad o les ofrece prebendas si defienden lo indefendible. La tónica general es el analfabetismo en los campos sobre los que se debate. Prima la consigna sobre la racionalidad, lo dogmático sobre el pensamiento libre.
Los ponentes acceden al diálogo desde el cerebro límbico. Sin procesar pensamientos, sin filtros ni selección de las ideas. Este nacimiento de la frase desde lo visceral, sin procesar lo emocional, lleva a situaciones esperpénticas. El “y tú, más” es el recurso del impotente, la huída hacia adelante del orador, con la vena del cuello a punto de explotar porque el resto de la humanidad no se somete a sus designios.
El nivel de los debates con que nos torturan a diario es de un Bajo Medioevo, con sus brujas, sus demonios, sus hogueras y todas las lindezas propias del asunto.
Lo que debería ser una esgrima de inteligencia, una textura enriquecedora, un canal de conocimiento, se convierte en lodazal para el intelecto y vergonzante paleta de miserias humanas, dada la calidad ciudadana e intelectual de los participantes.
Estas lides no son otra cosa que un certero espejo de una sociedad incapaz de asimilar sus errores, de reconocer sus lacras particulares, de enfocar el desatino como una posibilidad de avanzar, de corregir, de enriquecernos como sociedad.
Es más fácil recurrir al “y tú, más”, revolcarse en la propia miseria y continuar habitando en la injusticia.
Así nos luce el pelo.
miércoles, 2 de diciembre de 2020
El cuento del filósofo
Cuentan que en la antigua Hélade (Grecia para
los amigos) un grupo de discípulos departía todos los días en el Ágora con su
maestro, un anciano filósofo al que veneraban y también respetaban (eran otros
tiempos). El Maestro tan sólo manifestaba una manía u obsesión que consistía en
ubicarse en el centro geométrico del lugar que ocupasen. De este modo si
departían en una esquina, el filósofo se situaba en el centro y sus discípulos
amablemente (ya dijimos que eran otros tiempos) a ambos lados para departir
sobre lo divino y lo humano (que no es moco de pavo). Así desarrollaban sus
cuitas un día tras otro. Adoctrinados en el arte de la urbanidad y la
tolerancia (otros tiempos, vaya) a ninguno de ellos se le ocurrió nunca
preguntar o simplemente comentar acerca de la decisión un poco obsesiva-compulsiva
de su mentor. Pero como en todas las sociedades cuecen habas, es acostumbrada
la aparición de un iluminado, un cantamañanas o un simple inútil (que
posteriormente alcanzan puestos eminentes), que no alcanza a comprender la
importancia del silencio. De este modo el díscolo alumno un día osó preguntarle
al maestro acerca de su inocente obsesión. El maestro sonriendo ante la osadía
y con urbanidad exquisita (no recuerdo si he dicho que eran otros tiempos) apretó
afectuosamente el hombro del osado y le indicó con el índice.
-¿Quieres saber por que siempre me sitúo en el
centro geográfico de las cosas. Es muy simple (cacho patán, pensó) –contestó
sonriendo- Cuando estas en el centro de
algo, comprendes que todo lo demás, queda en los extremos. Por mucho que traten de engañarnos la geometría no falla.
El
alumno se retiró a meditar, babeando copiosamente, sobre la profundidad
de la frase del Maestro que sonrió mirando a su alrededor.
viernes, 16 de octubre de 2020
Paisaje después de la batalla
Vivimos tiempos difíciles para la lírica. Para la lírica y para el resto de vicisitudes humanas. Habitábamos nuestra piel, ajenos a nuestras postrimerías, agotando el instante sin pensar en un mañana. La pandemia nos ha enseñado humildad y nos ha mostrado un espejo de vulnerabilidad al que no solíamos asomarnos, envueltos en nuestro consumismo cotidiano y en ese hedonismo que se ha convertido en la marca de la casa.
Sentirnos tránsito, reconocernos como efímeros, es un balcón al que no acostumbramos a asomarnos. Una habitación con vistas a todo lo que no nos agrada percibir. Un paisaje que tratamos de ignorar aunque centellee delante de nuestros ojos. Pero además, esta situación terrible ha sacado a la luz el peor perfil del ser humano. La falta de empatía de algunos ciudadanos, que ignoran todas las normas que pueden perjudicar a otros mientras creen que no les daña a ellos. La volubilidad del ser humano, que un día aplaude y al otro quema en la hoguera a los aplaudidos. Si por algo se caracteriza este aciago periodo, es por el egoísmo visceral que manifiesta una sociedad incapaz de detener el avance de un patógeno cuando se le ha informado de modos, medios y maneras por activa y pasiva. No hemos dado la talla y las consecuencias se están pagando y se van a seguir pagando por mucho tiempo. Hasta que niveles va a afectar esta situación a escenarios como la futura economía, el nivel académico de los futuros profesionales, la supervivencia de los más débiles. Es algo que iremos descubriendo con el tiempo. Ninguna especie es tan mentecata como para arrojarse a las brasas voluntariamente. Nosotros estamos arrasando nuestro futuro a cambio de un instante de diversión o por no adaptarnos a unas normas pasajeras que a todos molestan, pero es lo que hay.
Por otra parte, la terrible tragedia de una sociedad que ha mandado un tenebroso mensaje: Es mejor no llegar a viejos en este mundo que estamos creando. El abandono a que han sido sometidos nuestros mayores, el dolor y el sufrimiento causado, la indiferencia nos definen como especie. Quienes nos desgobiernan no han estado a la altura, enzarzados en sus miserias cotidianas, envenenados de ideologías y fanatismos, nos han llevado al borde del abismo. Donde esperábamos cooperación y responsabilidad, nos ofrecieron circo mediático y vergüenza ajena. Donde aguardábamos apoyo y cercanía, nos regalaron el detritus de las ideologías y la basurilla de las banderías enfrentadas, convirtiendo el centro neurálgico de la nación en el circo de los horrores y la parada de los monstruos. El paisaje que se nos plantea es desolador. Somos una sociedad carente de empatía, incapaz de ponerse en lugar de los demás y que prima lo lúdico y el placer de los sentidos sobre la salud ajena. Somos una especie errónea cuyo único mérito ha sido el bipedismo y los dedos prensiles, pero deja mucho que desear en cuanto a capacidad de compasión y solidaridad. Estamos regidos por una caterva de políticos incapaces, buenos para nada, que hacen del analfabetismo bandera y de la villanía un modo de vida. Llegados a este punto, el futuro no se presenta nada halagüeño. Aún estamos a tiempo de recoger velas, de dirigir la nave entre todos hacia un buen puerto. El tiempo será nuestro juez y nuestro testigo.
miércoles, 11 de diciembre de 2019
La conferencia felona
jueves, 16 de mayo de 2019
Impuesto de sucesiones. Bandolerismo de Estado
viernes, 27 de abril de 2018
La Puta Manada
lunes, 19 de marzo de 2018
Elegía a Juan María Robles Febré
martes, 6 de febrero de 2018
Lo Chanante no mola en Los Goya
jueves, 18 de enero de 2018
AGOREROS Y VOCINGLEROS
miércoles, 17 de enero de 2018
Alcohólicos de fin de semana
Operación Triunfo
viernes, 15 de diciembre de 2017
Marcarse un Iceta
lunes, 11 de diciembre de 2017
I Love , artículo 155
martes, 14 de noviembre de 2017
Chiquito, que estas en la Pradera…
The Extraordinary Tale. 2013
Título original The Extraordinary Tale of the Times Table Año 2013 Duración 79 min. País España Director José F. Ortuño , Lau...
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Se nos ha ido uno de los grandes. Se ha marchado con ese silencio humilde y sin estridencias...
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La primera vez que lo vi, me pareció un maikeljakson desvencijado o un paciente aquejado de ...