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miércoles, 17 de enero de 2018

Operación Triunfo


                                       


Alienta una  corriente entre los acólitos del postureo cerril y los perpetradores de una cierta progresía casposa, cuyo objetivo es atacar o denigrar por norma todo aquello que no está acogido a sus parámetros jurásicos o sus serviles doctrinas. Nada escapa al ojo de Gran Hermano de los inquisidores contemporáneos, ya sea en literatura, cine, música o cualesquiera de las opciones creativas humanas. Los “posturitas” básicamente tratan de mancillar lo ajeno o acometer; como desnortados quijotes; los molinos de viento de aquellas facetas de la cultura el arte o la comunicación, que (en Román Paladino) no sean de su cuerda. El siguiente paso es previsible (como lo son ellos por naturaleza). Se trata de proponer a cambio una reala de ilustres representantes de su ideología en alguna de estas variedades, previa descalificación de quienes no comulguen con sus sectarismos. Los parámetros utilizados tienen escasa relación con la calidad, la técnica o el nivel artístico de lo embestido, ya que la visión de túnel impide una opinión racional y (en la mayoría de los casos), el analfabetismo vocacional de sus dogmas, les paraliza para acceder a campos de conocimientos técnicos o específicos donde opinar con discernimiento.
Cualquier huerta es fértil para los talibancillos culturales. Ya sea un comunicador, que les convida a un zasca tras otro; como regalo a su estulticia latente; un escritor que les destapa sus cloacas intelectuales o un género musical que no sirva a su militancia impostada.

Uno de los programas más atacados por el postureo intelectual es el concurso “Operación Triunfo”. Los adjetivos acuñados para simular una patina intelectual (entre birra y birra) son “hortera”, “karaoke” o “interpretes robotizados”. A continuación el “posturitas” ofrecerá a cambio un listado de artistas afines a su universo zascandil. La mayoría serán casi desconocidos para los tertulianos (por razones obvias). Otros pertenecerán a ese estilo musical perpetrado con el orto (música intestinal), cuyos interpretes parecen aquejados de algún episodio epiléptico o emiten sonidos regurgitantes, navegando su estilo entre el asco y la nausea. El mayor ataque que recibe este programa, es el apoyo mediático y comercial que tienen los participantes. Pero si en esos menesteres, precisamente, se basan estos concursos ¡Almas de cántaro! No en promocionar a tus amiguetes o a los artistas que a ti te molan. Como en cualquier acto televisivo, el objetivo de la inversión es el impulso, la obtención del mayor beneficio posible, ya sea un concurso de música, de punto de cruz o de cría de aves de corral. Los dardos de estos revolucionarios de salón apenas se dirigen hacia otros programas con vocación de enema. Aquí manifiestan escasa o nula memoria. Bellaquerías mediáticas donde el mensaje que se envía es el de concursantes practicando el fornicio simiesco bajo un edredón, la visión de un mercado de ganado humano con gañanes en celo olfateando las feromonas de hembras/florero, que ofrecen como mercancía sus escasas entendederas, o realitys donde adanes y evas despelotados practican “á poil” un ridículo cortejo cavernícola, con las verijas al viento. Como decretan las buenas costumbres. Les intranquiliza en exceso a estos torquemadas mediáticos, un programa pleno de esfuerzo, trabajo, compañerismo, con un claro mensaje: alcanzar una meta requiere constancia y sacrificios. ¿Qué interpretan canciones de otros intérpretes? No pensará el iluso insurrecto de guardarropía, que van a pagar una pléyade de compositores para crear obras nuevas en cada programa. Por otra parte, los autores de dichas canciones se encuentran encantados con performances que devengan unos derechos de autor suculentos. Estos defensores de causas perdidas dan en hueso con todas sus críticas. Incluso algunos  profesionales de los que visitan la Academia, aprovechando la proyección mediática del programa, confiesan en un ejercicio de humildad (bastante infrecuente en este país de egos), que no hubieran superado las primeras audiciones. Si hay algo indiscutible, es que algunas de las voces que pasan por este concurso superan en calidad a muchas de las que están en el mercado. Cuando los anatemas proceden del conocimiento técnico o de profundos juicios, basados en datos, se puede discutir o dialogar sobre ellos. Cuando nacen del adoctrinamiento más rancio, aquel que anhela derrumbar todos los edificios que no concuerdan con su troglodita concepto arquitectónico, tan sólo merecen el regalo del ninguneo y el desdeño. De ahí, a calificar cierto arte como “degenerado” y hacer piras con libros que no contengan lo que ellos predican, tan sólo hay un paso.  Al tiempo. 

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