Alienta
una corriente entre los acólitos del
postureo cerril y los perpetradores de una cierta progresía casposa, cuyo
objetivo es atacar o denigrar por norma todo aquello que no está acogido a sus
parámetros jurásicos o sus serviles doctrinas. Nada escapa al ojo de Gran
Hermano de los inquisidores contemporáneos, ya sea en literatura, cine, música
o cualesquiera de las opciones creativas humanas. Los “posturitas” básicamente
tratan de mancillar lo ajeno o acometer; como desnortados quijotes; los molinos
de viento de aquellas facetas de la cultura el arte o la comunicación, que (en
Román Paladino) no sean de su cuerda. El
siguiente paso es previsible (como lo son ellos por naturaleza). Se trata de
proponer a cambio una reala de ilustres representantes de su ideología en
alguna de estas variedades, previa descalificación de quienes no comulguen con
sus sectarismos. Los parámetros utilizados tienen escasa relación con la
calidad, la técnica o el nivel artístico de lo embestido, ya que la visión de
túnel impide una opinión racional y (en la mayoría de los casos), el
analfabetismo vocacional de sus dogmas, les paraliza para acceder a campos de conocimientos
técnicos o específicos donde opinar con discernimiento.
Cualquier
huerta es fértil para los talibancillos culturales. Ya sea un comunicador, que
les convida a un zasca tras otro; como regalo a su estulticia latente; un
escritor que les destapa sus cloacas intelectuales o un género musical que no
sirva a su militancia impostada.
Uno
de los programas más atacados por el postureo intelectual es el concurso “Operación Triunfo”. Los adjetivos
acuñados para simular una patina intelectual (entre birra y birra) son “hortera”,
“karaoke” o “interpretes robotizados”. A continuación el “posturitas” ofrecerá
a cambio un listado de artistas afines a su universo zascandil. La mayoría
serán casi desconocidos para los tertulianos (por razones obvias). Otros
pertenecerán a ese estilo musical perpetrado con el orto (música intestinal),
cuyos interpretes parecen aquejados de algún episodio epiléptico o emiten
sonidos regurgitantes, navegando su estilo entre el asco y la nausea. El mayor
ataque que recibe este programa, es el apoyo mediático y comercial que tienen
los participantes. Pero si en esos menesteres, precisamente, se basan estos
concursos ¡Almas de cántaro! No en promocionar a tus amiguetes o a los artistas
que a ti te molan. Como en cualquier acto televisivo, el objetivo de la inversión
es el impulso, la obtención del mayor beneficio posible, ya sea un concurso de
música, de punto de cruz o de cría de aves de corral. Los dardos de estos
revolucionarios de salón apenas se dirigen hacia otros programas con vocación
de enema. Aquí manifiestan escasa o nula memoria. Bellaquerías mediáticas donde
el mensaje que se envía es el de concursantes practicando el fornicio simiesco
bajo un edredón, la visión de un mercado de ganado humano con gañanes en celo
olfateando las feromonas de hembras/florero, que ofrecen como mercancía sus
escasas entendederas, o realitys donde adanes y evas despelotados practican “á
poil” un ridículo cortejo cavernícola, con las verijas al viento. Como decretan
las buenas costumbres. Les intranquiliza en exceso a estos torquemadas
mediáticos, un programa pleno de esfuerzo, trabajo, compañerismo, con un claro
mensaje: alcanzar una meta requiere constancia y sacrificios. ¿Qué interpretan
canciones de otros intérpretes? No pensará el iluso insurrecto de guardarropía,
que van a pagar una pléyade de compositores para crear obras nuevas en cada
programa. Por otra parte, los autores de dichas canciones se encuentran
encantados con performances que devengan unos derechos de autor suculentos. Estos
defensores de causas perdidas dan en hueso con todas sus críticas. Incluso
algunos profesionales de los que visitan
la Academia, aprovechando la proyección mediática del programa, confiesan en un
ejercicio de humildad (bastante infrecuente en este país de egos), que no
hubieran superado las primeras audiciones. Si hay algo indiscutible, es que
algunas de las voces que pasan por este concurso superan en calidad a muchas de
las que están en el mercado. Cuando los anatemas proceden del conocimiento técnico
o de profundos juicios, basados en datos, se puede discutir o dialogar sobre
ellos. Cuando nacen del adoctrinamiento más rancio, aquel que anhela derrumbar
todos los edificios que no concuerdan con su troglodita concepto
arquitectónico, tan sólo merecen el regalo del ninguneo y el desdeño. De ahí, a
calificar cierto arte como “degenerado” y hacer piras con libros que no
contengan lo que ellos predican, tan sólo hay un paso. Al tiempo.
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