Hay
algo de efímero en las andanzas del cómico. Fugacidad que comparten artes como
la música, la danza o el teatro. Ese instante mágico que solo es posible
atrapar, cuando llega por vía directa al espectador que ocupa la butaca.
Ninguna grabación puede reproducir la intensidad del instante, la energía
transmitida, inatrapable y única. Ana Diosdado eligió esta profesión; en cierto
modo ingrata; llena de luces y sombras. Lo hizo desde una carrera inacabada de
Filosofía y Letras, pasando por la literatura como vocación para quedar
finalista del premio Planeta con “En cualquier lugar, no importa cuando”, con
veinticuatro años. A una edad en que otros andan deambulando sin rumbo por los
senderos de la vida, ya había decidido su camino, actuado en la compañía de
Margarita Xirgu y escrito otro libro “Campanas que aturden”. Su mayor éxito quizás fue la obra “Olvida los
tambores” (premios Mayte y Foro Teatral) una denuncia de la hipocresía social y
la imposición de normas estrictas, que se convierte en espejo de la sociedad de
inicios de los setenta, manejando un lenguaje rico y contenido, llegando casi
a quinientas representaciones. Le tocó vivir años difíciles en aquella España
pacata y garbancera. Un país de doble y triple moral, donde una serie como
“Anillos de Oro” levantó ampollas y sirvió para que se rasgara las vestiduras
lo más añejo de los sacrosantos valores patrios. Tan solo 13 capítulos para
enfrentarse a una nación constreñida por el hisopo y el fajín cuartelero. Por
aquella recordada serie desfilaron algunos de los grandes; inmerecidamente
olvidados, como José Bódalo o José Mª Rodero. La sintonía de Antón García Abril
pasó a formar parte de la historia de nuestra televisión. El éxito se repetiría
con “Segunda Enseñanza”. Ana caminó entre los escenarios, la creación teatral,
el guión, la faceta literaria o periodística (vocación más fuerte que la
interpretación) reinterpretó su entorno y la visión del teatro (su obra El
Okapi tenía 19 personajes) e incluso el mismo lenguaje dramático. Obras
valientes como “Los Comuneros”, una parábola social estrenada al final de la
dictadura, camuflaban bajo el teatro histórico la crítica sociopolítica y el
uso despótico del poder. Lúcida metáfora de la voluntad del pueblo contra
las imposiciones. El elenco que estrenó la obra en 1970 es una antología de lo
más granado de nuestro teatro: María José Alfonso, Juan Diego, Jaime Blanch,
Mercedes Sampietro, Emilio Gutiérrez Caba y Pastor Serrador.
Entonces
Buero Vallejo era el gurú de la dramaturgia histórica (Un soñador para un
pueblo, Las Meninas, El Concierto de San Ovidio). Se trataba de un teatro complejo por el número de escenas y
elevado número de actores, impensable hoy en día. La Real Academia la
honró con el premio Fastnrath por su innovación en el lenguaje de los
personajes. En su calidad de dramaturga, fue una rareza en un mundo mayoritariamente masculino. Por su atrevimiento en los temas de sus series televisivas, una
pionera que demostró su coraje ante una sociedad que avanzaba lentamente hacia
el cambio, lastrada por los fantasmas de la ignorancia. Le sorprendió el final
del camino cuando triunfaba dirigiendo su última obra sobre los escenarios. Una
imaginativa colisión entre ¿cómo no? dos mujeres fuertes y combativas: Una
mundana, escasamente mística, Teresa de Avila (espléndida María José Goyanes)
frente al carácter indomable de la
Princesa de Éboli. Un texto de tinte clásico, que ha pasado
por los mejores festivales (Almagro, Alcalá, Cáceres) La cálida voz,
aterciopelada, de Emilio Gutiérrez Caba, otro de los grandes de la edad de oro
del teatro en Tv (Estudio 1), representa a San Juan de la Cruz. Su marcha nos ha
dejado sobre las tablas, una obra que seguirá recorriendo, sin duda con éxito,
los escenarios, aún en ausencia de su autora. Es la grandeza y miseria del
cómico. En el escenario de la vida; igual que en el teatro;cuando baja el telón
estamos completamente solos.