Pujol y la butifarra
Algunas noticias son un
surrealismo atroz. El sueño de la razón produce monstruos y la realidad a
veces es más aterradora que las pesadillas. Ciudadanos que son desahuciados
y viven en la calle por no poder pagar una vivienda digna, derecho fundamental
e inasequible hoy en día, personas que van a la cárcel porque hace años robaron
400 euros, estudiantes de piano encausados criminalmente y con posibilidad de
cárcel por hacer ruido, padres que se quedan sin casa por cubrir la hipoteca de
sus hijos, ahora en paro. El listado podría seguir hasta la saciedad. No son
párrafos de una novela Kafkiana, esta sinrazón sucede en este país de patilla de hacha y navaja bandolera, donde “tonto el último” debería ser el lema incluido
debajo del escudo constitucional. Y todo esto sucede mientras un día tras otro
siguen surgiendo escándalos financieros, cuyos perpetradores el ciudadano tiene la
certeza que van a quedar en la impunidad. Escándalos que son olvidados cuando
aparece el siguiente chorizaco, que
hace olvidar al anterior. Fulanos que no
purgaran sus delitos, amparados en el trapicheo legal de que gozan quienes
tienen medios para ello, manipulando y riéndose del pueblo soberano en su jeta.
La lista de dislates del llamado Caso Pujol es tal que parece sacada de una
novela Pulp, o de una ingestión de sustancias no legales. Antología de la
desvergüenza y el impudor vocacional. El interfecto pasea por el idílico
pueblecito con aire de iluminado, alegre mariposilla volando de flor en flor.
Los vecinos se dirigen a él como si de un probo ciudadano se tratara (surrealismo en estado puro). Él, a lo suyo,
sin agachar la cabeza. Luciendo pijojersey anudado al cuello. La saga evasoradefraudadora daría para un ciclo
similar al Señor de los Anillos, el papel de Golum está más que definido en
este casting de ilegalidades. Como anillo al dedo. Andan a la busca de
artimañas legales para escapar a la justicia, asesorados y respaldados por el
dinero ilegalmente obtenido. El político que pudo interpretar al Yoda de la Guerra de las Galaxias, el
político que expectoraba al pronunciar, se ha convertido en un inocente
paseante en idílicos parajes. Sabe que, por la edad, difícilmente responderá
ante las responsabilidades penales que le corresponderían. Es por ello que
pasea dando agiles saltitos como Heidi entre las montañas floridas, (montañas
de dinero, en este caso), recibiendo los parabienes y golpecitos en la espalda del vecindario. Pero Pujol no
degusta en sus veladas la catalana butifarra como cabría esperar, ni tampoco el
delicioso espetec (de casa Tarradellas). A Pujol lo que le va es el chorizo, el chorizaco puro y
duro. Normal. No podría ser de otra manera.