Se
nos ha ido uno de los grandes. Se ha marchado con ese silencio humilde y sin
estridencias, de quienes saben hacer de la vida un arte para compartir con los
demás. No le han acompañado ni el postureo analfabeto, ni la fanfarria de que
se rodean los mediocres que medran a la sombra de ideologías y sectarismos. No
le han escoltado esos palmeros que elevan a altares ídolos coyunturales con
pies de barro. Nunca le hizo falta. Este barcelonés era un narrador de pura
cepa. Un creador de mundos que llenó de fantasía a toda una generación. Sería
difícil reproducir con los parámetros actuales multimedia y de dispersión
mental, la ilusión que embargaba a los muchachos, cuando acudían semanalmente
al pequeño kiosco de barrio, con la ansiedad de averiguar si el afamado Capitán
había salvado a su virginal novia Sigrid de las garras del malvado de turno.
Nada entendía la chavalería de virginidades varias, ni de censuras. Tan solo
anhelaban que el villano cayera por un barranco, para volver a aparecer semanas
después milagrosamente. La férrea garra
de la censura obligaba a golpear de plano con la espada o a que los indecorosos
enemigos se desplomaran por si mismos desde amenazadores abismos, o
desprotegidas almenas, como castigo a su conducta nefanda y antipatriótica. De
los cuadernillos apaisados en blanco y negro (2 pesetas) se pasó al color y el
tamaño grande (25 pesetas) pero siempre manteniendo las características de
aquel monje-guerrero; de afectos platónicos; que recorría mundos olvidados,
selvas inaccesibles y hablaba todos los idiomas, incluso los de civilizaciones
desconocidas. En la historias de Víctor Mora, los niños aprendieron que
aquellas macizas y desvergonzadas valkirias; que vislumbraban los afortunados
que disfrutaban de vacaciones; no venían de Suecia, sino de Thule. Y todas eran
princesas de armas tomar.
Mientras Víctor Mora fabricaba mundos fantásticos,
poblados de infames y taimados enemigos, los malos de verdad le encerraban por
“masón y comunista” (una extraña hibridación, inventada por el Régimen, que
nunca he llegado a entender) en las lóbregas mazmorras del mundo real. El
Capitán nació como réplica a los trazos gruesos y personajes casi deformes de
las aventuras de piratas de “El Cachorro” de Iranzo. El éxito de la fórmula,
hizo que Mora repitiera en posteriores personaje, creando un imaginario que se
convertiría en un clásico en el mundo de la viñeta. Por un lado estaba el
héroe. Adalid y portador de todos los valores. Liberador de oprimidos. La
primera criatura fue El Capitán Trueno. Pero le seguiría El Jabato (luchador
contra el Imperio Romano), El Cosaco Verde (que cambió su color debido a la
censura) y El Corsario de Hierro. A su lado un compañero de enorme fortaleza y
sentido del humor bastante gruñón. Este fue el papel de Goliath, llamado “El
Cacanueces”, y su famoso quitapenas llamado “toma-toma”. Un antecesor del bate
de béisbol tamaño extra, que utilizaba para cambiar impresiones con los
enemigos. El hercúleo compañero de “El Jabato”, con bigote daliniano, se
llamaba Taurus. En “El Corsario de Hierro” el papel hercúleo lo representaba un
enorme pelirrojo escocés llamado Mac Meck, que se transformaría en las estepas
del “cosaco” en un sanchopancesco y mofletudo personaje denominado Sing-Li, que
aporta una filosofía leonardesca en sus proverbios. La parte femenina es fuerte
y valerosa. Un antecedente de la titubeante liberación social de la mujer.
Sigrid es reina de Thule, que gobierna por si misma. Claudia es una patricia
romana con pensamiento propio, que sería replicada por Lady Roxana en “El
Corsario de Hierro”. Crispín es un jovenzuelo en edad complicada, más
interesado por las damiselas que por la aventura. En “El Cosaco Verde” se
transforma en el adolescente huérfano Iván. Su reflejo en “El Jabato” es el
mediocre poeta “Fideo de Mileto” en quien todas las desgracias se hacen
huéspedes. Su sosias en “El Corsario de Hierro” es el burlesco mago Merlín,
alquimista de pega y nigromante fracasado.
Víctor Mora ha sido un creador de
prototipos, un hacedor de “imagos”. Junto a los grandes demiurgos de símbolos
como E. R. Burroughs (Tarzán), Shuster y Siegle (Superman), Bram Stoke
(Drácula), el Capitán Trueno es una marca reconocible e icónica. Su vocación lo
llevó a trabajar como traductor, articulista o escritor, destacando su obra en
catalán. El iluminó una época en que el acceso al ocio era difícil o reservado
a una cierta jerarquía. El “tebeo” se convirtió en vehículo masivo de cultura y
evasión de la grisura reinante. Fue el sumo hacedor de universos paralelos que
llenaron de ilusión y fantasía los hogares, tiñendo sus viñetas de un tono
progresista que los estultos tipos de las tijeras no supieron detectar. No
precisa del aplauso oportunista del necio de turno, ni parabienes del gestor
pesebrero, sujeto a los cambios ideológicos. Víctor Mora está entre los grandes
por elevar el guión del comic a alturas inexploradas. Y por llenar de ilusión a
toda una generación. Ven, Capitán Trueno. Haz que gane el bueno. Ojala en la
mundo real también ganaran los hombres buenos. Descanse en paz.