El Toro de la Vega
Tradiciones. Costumbres. Usanzas.
Vocablos peligrosos en nuestro terruño, donde lo visceral y la insensatez están
por encima de la racionalidad y la mesura. Tradición. Ritual. Como siempre se ha hecho. La España Profunda
que añora sus hermosos y elaborados lanzamientos de cabras desde campanarios, la España Carpetovetónica ,
que alancea animales sádicamente, “por que siempre se ha hecho así”. La España que arranca cabezas
de gansos colgados como deporte viril. Bien calados nos tenía el sublime sordo
D. Francisco cuando pintó dos fulanos enterrados hasta las rodillas, que en
lugar de ayudarse se lían a garrotazos. Goya simbolizó la fractura de las dos
Españas, esa herida abierta que no se cierra. El rayo que no cesa de Miguel Hernández, también abatido por Las Dos
Españas. La otra España invertebrada
de Ortega, la de cerrado y sacristía de Machado. La una, grande y libre del
fulano de voz aflautada y silueta feminoide. Lapidar a un ser humano, a una joven, sangrante, desfallecida, para
defender la tortura de un toro es de un surrealismo arrabalesco ( o kafkiano). No existe nada más absurdo que las
tradiciones mantenidas sin otro cimiento que el “se ha hecho siempre así”,
absurdo circunloquio carente de la mesura que aporta la racionalidad y la
tolerancia. Pero en este país de navajeros, dónde cuando al personal no le
cuadra algo te muestra, sonriente, una faca de siete muelles en lugar de
prestarse al diálogo, en esta herida abierta que no nos deja olvidar, en esta España Negra sin
grisuras ni contornos que permitan el
acercamiento y la concordia, todavía quedan esos personajes que se refieren a
conceptos y situaciones definiéndolos: Porque son… como tienen que ser ¿Y quien
nos va a decir como tienen que ser las cosas? ¿Tú, y otros fulanos como tú?
Apañados estamos.