Bimba
se ha ido. Desde la caverna las bestias
han regurgitado su ponzoña con un odio antiguo, con un rencor que ya era viejo
cuando ellos nacieron. Porque la intolerancia forma parte de la historia del
hombre. Es como una herida abierta en el costado de la humanidad por donde
supura toda la maldad de que somos capaces. El límite entre la pura perversidad
y la psicopatía es muy delgado en estos verracos, adoctrinados y fanáticos.
Urge una legislación para controlar el daño que se puede infligir a las
personas, la falta de respeto al dolor ajeno, los insultos. Y hay que hacerlo
desde la empatía (algo de lo que carecen los bellacos), desde la razón. La Red
es un mundo caótico, una amalgama de ideologías, sectarismos, radicalismos,
donde entrar en cualquier conversación en un foro, siempre acaba con algún
malnacido tocando los bemoles. Una sociedad madura debe disponer de
herramientas legales para evitar este tipo de actitudes. Los cavernarios deben
ser relegados a su lugar: el oscuro pozo del analfabetismo y el olvido. A los
que ejercen de comunicadores y vomitan su bilis afrentando o mancillando, habría
que inhabilitarlos profesionalmente, sin olvidar la responsabilidad del Medio
de Comunicación en el que ejercen su bellaquería, a la hora de sancionar. Pero no nos
equivoquemos los tarados se tiñen de todos los colores, habitan en todas las
banderas. Sectarios y fanáticos surgen como las setas en cualquier ideología.
Lo mismo da que sea un homófobo, revolcándose entre miseria moral, que un radical; cachorro de la intransigencia; que pretende ajusticiar ancianos porque cree que así gobernarán los de su cuerda. Se
precisan con urgencia leyes que hagan desaparecer del entorno mediático a tanto
depravado, a esa estirpe porcina de psicópatas que se alimentan de violencia.
Acabar con la intolerancia es la prioridad de cualquier sociedad. Venga de
donde venga. Tenga el color que tenga. Ya estamos tardando.
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