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sábado, 25 de octubre de 2014

El Hundimiento




La polémica creada por la notable cinta interpretada por Bruno Ganz, en el papel del megalómano dictador alemán, invita a la reflexión sobre hechos históricos normalmente sometidos al trazo grueso de directores y escritores que ejercitan su imaginación para presentar un hatajo de fantoches histéricos, un puñado de sádicos; que ha creado un subgénero; tanto en el papel como el en celuloide. Un lugar común poblado de siniestros personajes siempre dispuestos a practicar vejaciones o a torturar a sus víctimas por puro placer. Este mensaje truculento, mas propio de una publicación pulp, con visión claramente comercial, donde las vesanias son ejecutadas por simiescos individuos, no es más que una efusión arbitraria donde los sanguinarios ejecutores están sometidos a clichés mediáticos. Ninguna de estas propuestas, más propias de un best-seller menesteroso que de la investigación del historiador, tienen que ver con la terrible cotidianeidad de la barbarie razonada. Con la ideología pervertida y el adoctrinamiento desde la infancia, con la exposición del mal con rigor gélido y no discrecional. Los histéricos cicerones del mal, resultan pobremente perturbadores con su violencia aleatoria y efectista, frente a la terrible realidad de la desensibilización progresiva, frente a la manipulación que se puede aplicar a cualquier persona. La terrible realidad de que eran ciudadanos iguales a cualquier otro, antes del infierno. Se reprocha a la película el mostrar un Hitler que acariciaba niños o perros. Son hechos históricos. Él, y cualquier otros de su camarilla diabólica, acariciaban niños, sentían las mismas necesidades y afectos que cualquier otra persona. No nacieron siendo monstruos, aunque el imaginario colectivo nos facilite no identificarnos con estas aberraciones; históricas y humanas; presentándolos como sádicos irredentos, individuos dominados por patologías perversas, carentes de cualquier condición humana. Estas conjeturas literarias son inexactas y estadísticamente imposibles. La verdad es mucho más terrible que la simplificación ofrecida para acallar nuestras conciencias y sentirnos ajenos y lejanos al horror, a la barbarie de nuestros semejantes. Ningún ser humano es capaz de conjeturar cual sería su conducta, rodeado de determinados condicionamientos y estímulos sociales o culturales. Es cierto que entre todos los implicados en aquellas atrocidades, abundaron psicópatas y sádicos, que aprovecharon las circunstancias, como hoy lo hacen en grupos extremistas y terroristas. Pero quienes desataban sus depravados instintos fueron minoría en relación a los miles de participantes pasivos en el horror. Algunos lo hicieron de forma directa, aislándose mediante la desensibilización progresiva, alcoholismo, etc. Este fue el caso de los Einsatzgruppen, las sanguinarias unidades que acompañaban en retaguardia al ejército regular para "limpiar" las zonas conquistadas. Durante las primeras masacres, sus miembros vomitaban ante la perspectiva de fusilar civiles, mujeres y niños. Con la desensibilización lo convirtieron en una actividad cotidiana, sostenida a base de alcohol y miedo a las represalias propias, llegando a asesinar en un sólo día miles de personas indefensas y desnudas. Ninguno de estos hombres había nacido para convertirse en una bestia. Fueron el resultado de un adoctrinamiento perverso, de un caldo social y político opresivo, cuya otra opción era la muerte o los campos de concentración. Otros decidieron ignorar el mal y mirar hacia otro lado desde la retaguardia. La burocratización de la muerte, precisaba de comparsas que realizaran estos trabajos sin participar directamente, pero con pleno conocimiento, y convirtió al ser humano en mera estadística. La mayor preocupación era cumplir los plazos y cantidades diarias, hacer bien el trabajo e irse después a comer. Esa realidad es mucho más terrible que la violencia aleatoria o visceral para la satisfacción enfermiza de un desequilibrado o fanático. En el segundo de los casos, se odia a la víctima, por eso se destruye. En el primero es mucho más terrible. Eliminas su cualidad de humano, anestesiando cualquier sentimiento misericordioso y tratándolos como números, carentes de características que te identifiquen con ellos. Borramos la empatía, y conseguimos personas amaestradas, capaces de sobrevivir en un entorno social degenerado, fanatizados por la propaganda y el adoctrinamiento, convencidos de que frente a ellos tenían razas inferiores y perjudiciales para sus familias y entorno. Adiestrados desde que tenían uso de razón en la obligación de eliminar el peligro de los infrahumanos, si albergaban cualquier duda al respecto, sus opciones eran la horca y las represalias contra sus familiares. Jorge Luís Borges elaboró un cuento, con su lucidez característica, titulado Réquiem Alemán. Allí nos muestra la perspectiva; racionalmente perturbadora; del mal asumido y procesado por un oficial nazi momentos antes de su ejecución en un magistral ejercicio literario, difícil de digerir. En los últimos meses de la guerra, Hitler era un patético pelele, derrotado por la enfermedad, tembloroso, adicto a la morfina, incapaz de asumir la culpabilidad que se llevó a la tumba a tantos millones de personas. Las cotas de fanatismo alcanzadas en esos instantes resultan demoledoras. Magda Goebbels envenenando a sus hijos para que no vivieran en un mundo sin nacionalsocialismo. Los oficiales de las SS, disparándose en la sien antes que rendirse, fieles a su juramento al dictador, cuando todo ha terminado. El ser humano es básicamente moldeable, arcilla manipulable si no se accede al conocimiento. Tan sólo la cultura y el discernimiento, nos hacen capaces de construir criterios para enfrentarlos al lado oscuro que subyace en nuestra naturaleza. El mensaje que obtenemos de la historia es que nadie esta libre de la influencia del mal. Es tangencial a nuestra respiración. Tratar de ocultarlo como algo lejano, o como una falacia histórica, es el primer paso para la derrota. ¿Que habría sido de todos estos hombres y mujeres de haber nacido en otro periodo de la historia? ¿Que habría sucedido con nosotros mismos, sobreviviendo bajo el yugo stalinista? ¿Seríamos los mismos, uniformados, con el libro de Mao en las manos? ¿Que ideas trepanarían nuestro cerebro con una carga de explosivos para los infieles en la cintura? La respuesta es difícil. Ser un héroe de mesa camilla, observando la historia desde el mando a distancia, resulta acomodaticio. Pensar que esto nunca nos hubiera pasado a nosotros. Sobre todo cuando no escuchamos las patadas de la Gestapo o de la Brigada Político-Social llamando a nuestra puerta.

The Extraordinary Tale. 2013

Título original The Extraordinary Tale of the Times Table Año 2013 Duración 79 min. País  España Director José F. Ortuño ,  Lau...