Como si esta realidad en que agonizamos no fuera por sí misma
un lugar lo suficientemente oscuro y doloroso, se encarga cotidianamente de regalarnos
unas cuantas patadas en las gónadas para aumentar su inhabitabilidad, aportando deyecciones
humanas que aumenten el nivel de infamia y de bellaquería con el que tenemos que
convivir. El dislate de la sentencia sobre el caso de la manada bellaca ha
puesto en la calle a los ciudadanos, con un claro mensaje para las
instituciones acerca de unas leyes obsoletas, llenas de flecos, a años luz de
la realidad social. Si además están tamizadas por el carácter del sentenciador,
su visión particular de la humanidad y su cosmovisión personal; aviáos andamos; (que dirían en mi
pueblo). La lectura de los hechos probados provoca la nausea y un cierto
resquemor hacia la humanidad. ¿Cómo es posible que un grupo de personas se unan
para copular como simios; a pantalón bajado; incluso si existiera
consentimiento de la otra persona? ¿En qué clase de mundo se perdieron la ética
y la estética para grabar semejantes sevicias? ¿Cuando la barbarie deviene en acto festivo y lúdico? ¿Qué
sociedad depravada crea individuos grotescos, capaces de fornicar como neandertales
en presencia de otros que les jalean? Y todo esto suponiendo consentimiento.
Todo lo que se salga de ese parámetro, es flagrante delito, violencia sin
límites, humillación y un desprecio al dolor ajeno, que solicita un alto grado
de psicopatía en los actuantes. Sólo unos psicópatas pueden hacer alarde y
jactarse de vejaciones hacia otro ser humano indefenso o en situación de temor.
Algunas de las líneas de la sentencia parecer estar escritas por un alumno de “Máster” en
porno sadomaso. No hay otro modo de manejar
esa precisión en la interpretación de gestos y actitudes, en la traducción del
lenguaje corporal y un conocimiento profundo del mundo de los gemidos, que nadie
con un mínimo de luces se atrevería a valorar. Hay que tener un alto grado de discernimiento
(y muchas tablas) para percibir con certeza sonidos de “excitación sexual”, sin
ningún otro atisbo de disgusto o negativa ¡Nivelazo! El concepto de jolgorio y
regocijo del auto judicial es disímil con el que posee sobre ese particular el resto de
la humanidad. Por otra parte, se manifiesta desde ciertos medios, el presunto
acatamiento que debe el ciudadano a las sentencias judiciales. Va a ser que no.
Quienes se mueven en estos predios conocen de sobra el surrealismo y el despropósito
de algunas sentencias que parecen salidas de alguna publicación “pulp” en lugar
de un pensamiento racional de un bípedo evolucionado. La justicia española ha
perdido la oportunidad de utilizar esta sentencia como preventivo (más vale
prevenir que lamentar) de convertirla en aviso para navegantes y para las otras
putas manadas que; desgraciadamente; surgirán en el futuro. La levedad de la
sentencia permitirá que estos especímenes; sin prisión revisable; pisen de
nuevo la calle en cuatro o cinco años (tirando por lo alto) y sin haber
realizado ningún curso o programa de rehabilitación. Si además están apoyados
por familiares o allegados, que niegan la mayor, y consideran injusta la
sentencia, y se mueven en un entorno donde no les afearán los hechos, en poco tiempo
se habrán olvidado de la víctima. Que se
entretenga la sentencia en el delito de hurto, cuando se encuentran ante una inusitada
violencia soterrada que no precisa de golpes, ni de fuerza eficaz, ya que las
vejaciones, sevicias y violencia internas paralizan a la víctima, es poco menos
que patético. Que se manifieste que la resistencia no ha sido suficiente cuando
el terror que producen unos simios psicopáticos, que cierran la salida y rodean
con superioridad, premeditación, alevosía, intimidación y desproporción,
paralizaría incluso a un hombre. Que no se haya tenido en cuenta que las
violentas invasiones corporales han sido realizadas sin protección profiláctica por unos
desconocidos, y que a sus séñorías este particular les pueda parecer relaciones “normales” (y
elegidas por la víctima), con el consiguiente riesgo de contraer una enfermedad en medio del “jolgorio”. Resulta terrible que este agravante no
haya sido tenido en cuenta, ya que pone en peligro la salud de la
víctima. Si estas son las sentencias ajustadas al derecho vigente, es patente
la necesidad de actualizar dicho derecho a la realidad.
Como si no fuera bastante nauseabundo el hecho de tener que
ejercer de defensor de los primates, el abogado se burla de la opinión de quienes
“han estudiado judicatura por Twitter”. Como si fuera necesario llevar una toga
para imaginar el dolor, la impotencia, la humillación, el desprecio, el pánico inhabilitador,
el terror helador, la terrible sensación de que te manipulen y vulneren tu
cuerpo unos homínidos para divertirse. La nausea de que te utilicen para
satisfacer sus instintos pervertidos quienes se creen fuera de alcance de la
justicia. No, caballero, no hace falta
estudiar judicatura para poder suponer todo esto y ponerse en lugar de la víctima.
Tan sólo hay que ser profundamente humano. Una característica que en esta sentencia
heteropatriarcal, jurásica y nefasta, brilla por su ausencia. La función social
de la pena como prevención general del delito habrá que ir a buscarla a otra
parte. En cuanto a la reinserción, tres cuartos de lo mismo. Sin conciencia de
delito y sin que el entorno social del penado apoye la condena, simplemente
será inexistente.
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